El Protector de Rebaños
IV Residencia Artística del Buen Vivir
-Karrantza 2020-
Todos los procesos naturales convertidos en mitos, como el verano y el invierno, las fases lunares, la época de las lluvias, etc., no son sino alegorías de esas experiencias objetivas, o más bien expresiones simbólicas del íntimo e inconsciente drama del alma.
C.G Jung
Para escribir sobre lo que viví en Karrantza he tenido que encender el incienso que hice con hierbabuena, forraje y verbena cuando estuve allí.
Es difícil escribir sobre un lugar en el que ya no estás. El tiempo es la enfermedad de la memoria.
También me asalta otro problema; quizás, más bien duda, sobre si soy yo el que debería escribir este texto. O quizás, más bien seguramente, este texto lo debería escribir la pastora Izaskun, o su madre, o Luis o Lupiola. Creo que cualquiera de estas personas podría aportar mucho más de lo que podré hacerlo yo.
Mi habitación se inunda de humo. El olor a hierbabuena, forraje y verbena comienza a hacer efecto. Y, poco a poco, momentos, olores, sabores y fluidos vienen a mi memoria.
Mi abuelo materno fue cabrero. Mi abuelo paterno emigró de su pueblo portugués en el norte del país. Un pueblo cuyo escudo es la Capucha de Burel, la capa de fieltro con la que se protegen los pastores de la zona. Tengo aquí a mi lado mi Capucha de Burel.
De niño quería ser pastor, pero me hice artista. No sé qué pasó. Me crie al lado de un cordel sobre el que cagaban las ovejas todo el día. Me refiero a que me crie viendo a los pastores bajo los arboles, y a sus perros corriendo detrás de las ovejas. En mi biografía, del lugar de donde soy, creo habría sido más sensato hacerme pastor que artista.
El caso es que llegué a Karrantza y no sé muy bien que fue, si la gente, los animales, la niebla, los colores, la humedad, el silencio, el rocío, las estrellas o los burros, que algo me hizo sentir como si estuviera en un lugar Santo. Santo para mí, claro. Un lugar en el que de repente estaba en el presente, estaba en mi centro conectado con partes de mí que a veces, el tiempo y la memoria han intentado eliminar. Pero el que no olvida nunca es el corazón, el corazón es el motor de la nostalgia.
Porque sí, se puede tener nostalgia de cosas que no hemos vivido, pero anhelamos.
Seguramente la palabra me venga grande, y sea terriblemente pretencioso por mi parte, llena de nostalgia y de prejuicios, pero durante aquellos días en Karrantza, hubo algún momento en el que me sentí, aunque fuera durante solo unos segundos: pastor. Y eso es algo que jamás pensé llegaría a sentir en mi vida. Posiblemente ha sido mi mejor obra.
Hablé mucho con los pastores y pastoras sobre la lana y sus procesos, sobre los ataques de los lobos y los partos en mitad de la helada madrugada. Aquí hice lo único que sentí que podía hacer para ellos, lo que pensé que necesitaban y mejor les vendría.
Por un lado, investigué y busqué que plantas había en la zona y que poderes mágicos y curativos tenían. Por otro lado, mientras, tejía, hilaba y cosía con la lana de sus ovejas.
Cuando tuve las plantas que consideré adecuadas, dados sus poderes mágicos populares, hice un incienso. Lo metí en varios botes y se lo di a algunos de los pastores para que lo encendieran cuando sintieran que su rebaño tenía que ser protegido de cualquier mal. Quería que ellos mismo fueran los protagonistas de esta pequeña performance cotidiana. Quería que el resultado de la investigación se quemara y sólo quedara su olor por unos minutos suspendido entre las ovejas y la campa. Y quién sabe, a veces puede suceder; Arte es cuando escuchamos al Universo, Magia es cuando el Universo nos escucha.
Mientras esperaba la comida en el Garras o en Casa Felisa, mientras disfrutaba de una conversación o del silencio, tejía y cosía con la lana de las ovejas de Karrantza.
Estaba haciendo un traje, una máscara, un disfraz, otro yo. Estaba tejiendo al Protector de los Rebaños de Karrantza. Inspirado en diferentes leyendas y costumbres paganas de Europa. Creé un personaje mítico que aparece para ayudar a los pastores cuando los rebaños están en peligro.
Además del incienso, pensé que a los pastores y pastoras les vendría bien un Mito para su campa o cuadra.
Alguien me contó una vez que las campanas en las iglesias suenan para despertar a Dios, para que escuche la llamada del hombre y se conecte con él. Un sonido muy similar al de los cencerros. En ese caso, ese sonido de las ovejas por las campas de Karrantza debe tener a Dios muy despierto y conectado con ellas. Las ovejas de Karrantza, sin duda, son las responsables de que ese lugar esté tan cerca del Cielo.
Igual nada de lo que hice durante mi estancia les sea útil o de interés a ellos, pero durante los días que pasé allí, arrancando ramas y plantas con mi navaja de Pallarès, dando de comer a sus ovejas, tomando Amarillos en las barras del bar a su lado, subiendo a la campa para buscar a los rebaños ellos se metieron en mi corazón. Quizás ya ni me recuerden y mientras escribo este texto, el tiempo se ha ocupado de que me olviden.
Ellos y ellas están en mi corazón, no es un lugar fácil de entrar, pero si alguien o un lugar lo hace, enciende mi nostalgia, y se me queda dentro para siempre. Como los sueños infantiles que no se cumplen.
Aitor Saraiba, comienza publicando pequeñas ediciones de libros entre los años 2004/2007 producidas por el MIDE de Cuenca, esos libritos le llevaran más tarde a realizar sus primeras exposiciones, donde su obra, dibujo y texto conviven en una comunión que llega hasta el presente.
La conjunción entre literatura y dibujo, que se identifica en toda su obra, le ha permitido desarrollar la acción de calle que ha denominado Dibujos Durativos, en la que establece una relación directa con el público cuando cada persona le cuenta sus inquietudes, sueños y angustias que él interpreta y exorciza en forma de dibujo. Esta performance literaria le convirtió en uno de los invitados de la Noche en Blanco 2009 de Madrid, Santander 2016, MUSAC, La Casa Encendida o Caixaforum.
En 2011 publica El hijo del Legionario su primera novela gráfica que la escritora Elvira Lindo definía así en el periódico El País, El hijo del legionario, escrita y dibujada en la primera persona de Aitor Saraiba. No solo tiene el valor del dibujo. Saraiba atesora el don de la narración literaria. Los vaivenes de la infancia y la juventud de Aitor no están movidos por su espíritu aventurero sino por los desastres sentimentales y económicos de sus padres. Cómo el arte le ayuda a escapar de un destino incierto, a salir del armario y a perdonar al rudo legionario es algo que planea durante toda esta emocionante historia. A este libro le seguirían Pajarillo, Nada más importa, Sin ti soy yo o Por el Olvido, en el que Saraiba escribe un texto en la que su biografía, la búsqueda de la poesía y la vida del escritor chileno Roberto Bolaño se entrelazan, este libro fue ilustrado por Paula Bonet. Sus últimas dos publicaciones son Me encanta cuando tus garras acarician mi alma y La Herencia donde poesía, donde dibujos y prosa se funden. Desde 2011 colabora con Centro Cerámica Talavera realizando esculturas en las que el texto y el símbolo escultórico se convierten en pequeños poemas.